Vicent Van Gogh no estaba hecho para conciencias lenificantes de una época que buscaba en la pintura la tranquilidad y el lago mediante una forma bastarda de la belleza en la que complacían, ligados por una sorda complicidad los artistas "a la moda y a las gentes de gusto". La ruptura fatal que siempre ha existido entre el genio y la sociedad, adquiere con Van Gogh su forma más dramática pero también la más apasionada. Los hombres, ignoran a menudo, a costa de que precio y que sufrimiento, nace la obra de arte. Al admirarla, al alabar sus méritos, mientras que en vida despreciaron, injuriaron y cubrieron de oprobio a su creador, al concederle el lugar de honor en las cintras de los museos, crecen rehabilitar a su víctima, cuando en realidad no hacen otra cosa que condenar más aun a sus verdugos. Somos responsables de "la locura de de VAN GOGH como lo somos de la caída de REMBRANDT, desacreditado y abandonado por todos, así como de las mórbidas obsesiones de GOYA, de los delirios de DELACROIX, de la decadencia de LAUTREC, de la maldición de PASCIN, del martirio de UTRILLO y de la muerte inexplicable de NICOLÁS DE STAËL, el ¿por qué del abandono?, del crucificado, desliza de época en época su torrente de remordimientos, y encuentra su su eco más tráfico en la noche que el hombre, al elaborar su universo propio, intenta imponerlo a la sociedad que le ha hecho NACER.
Jose Portocarrero. 1993.